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En el verano de 2014 cuando la doctora Frauke Zeller y el diseñador y artista David Smith (de las universidades de Ryerson y de McMaster) analizaban el modelo de su experimento, lo que en realidad discutían eran nociones de confianza y seguridad en la interacción del ser humano con los robots. La idea era ver si elhitchBot, un monigote con inteligencia artificial y un cuerpo de cubeta de plástico, extremidades de esponja, manos de guantes y pies de botas para la lluvia, cuyo rostro era un cubo con cuatro pantallas digitales cubierto por una pavesa de plástico y un sombrero de tapadera, era capaz de atravesar Canadá pidiendo aventón, valiéndose únicamente de la buena voluntad y la ayuda de los extraños.
Esta apariencia exótica es intencional, pues con el tamaño correspondiente a un niño de seis años de edad y su construcción de chunche casera se pretendía apelar a “la naturaleza humana asociada a la empatía y a la protección”, explican sus creadores. El experimento se transformó en una historia conmovedora; en una muestra de la profundidad que nos aguarda en la interacción hombre-máquina. Algo que debería estar inquietándonos.
hitchBot, adaptado con una silla o soporte plegable, más un sobresaliente dedo pulgar solicitador del raid, fue dejado a su suerte en la carretera, programado para interactuar con personas y planeado para provocar curiosidad, pronto inició su aventura itinerante, siendo llevado por conductores que lo cargaban y lo colocaban en el asiento copiloto, le cruzaban el cinturón de seguridad y le enchufaban el cable al encendedor eléctrico del vehículo para mantener su batería siempre cargada. hitchBot también iba equipado de un sistema GPS más una cámara que disparaba cada veinte minutos para registrar sus experiencias.
El robot vivió la gran aventura. Asistió a una convención de cómic, a un encuentro de béisbol de los Medias Rojas, interrumpió en una boda donde bailó en hombros de la novia, viajó a Alemania, donde se le pintó un retrato, además pasó una semana con una banda de rock pesado, y por si esto es poco para un robot, también se fue de campamento, lo invitaban a cenar, hasta llegó a ser miembro honorario en el 1er. Pow Wow en la isla Manitoulin, donde la pasó a todo dar interactuando con chicos y grandes. Su éxito, dijeron sus creadores, está basado en la concepción de los robots como “actores sociales, a partir de un diseño simple, divertido y curioso”. Todo ello para crear confianza en el humano.
Pero llegó el día de la atrocidad y sucedió en los Estados Unidos. Su viaje por la unión americana comenzó en Marblehead, Massachusetts, con su notorio pulgar por lo alto, una sonrisa de oreja a oreja en su cara digital, y una cinta envolviendo su cabeza cilíndrica que anunciaba la consigna “San Francisco o morir”. Lo acompañaban virtualmente más de 35 mil seguidores vía redes sociales, donde sus aventuras llegaron a ser “virales”. Aquella noche en Boston, un agresor no identificado dañó irreversiblemente a hitchBot. Sus creadores no pudieron rastrearlo más porque su batería fue destruida, declararon a la Associated Press